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Los ángeles de la pandemia

Un ejército en primera línea de lucha sin camuflaje alguno. Llevan máscaras que ocultan sus rostros, cargan pesados overoles que los mimetizan durante eternas jornadas en pasillos y unidades de cuidados intensivos donde han visto morir pero también salir en victoria a cientos de pacientes víctimas del coronavirus en Barranquilla.

Durante dos meses Atlántico en Noticias llegó a las entrañas de los hospitales de la red pública del Distrito, conocimos de cerca cómo esos 2.480 profesionales de la salud han dejado su alma, sudor y lágrimas para detener la pandemia que hasta este 25 de agosto ha reportado 35.659 casos y ha cobrado la vida de 1.598 personas en Barranquilla, de acuerdo con el reporte del Instituto Nacional de Salud, convirtiendo a esta capital en una de las más golpeadas por el mortal virus.

Durante los últimos meses ha sido una batalla sin armas que han venido librando para salvar vidas y pelear contra un enemigo del que aún poco se sabe.

Desde hoy conozca a algunos de estos ángeles de la pandemia cuyas historias las fuimos construyendo desde el escenario de la reportería y también como paciente del Coronavirus, desde una camilla en plena hospitalización y el aislamiento durante un mes en mi hogar.

“Es maravilloso porque nosotros trabajamos con pasión, con amor. El que está en medicina crítica y al frente de la línea de combate sale con la ilusión de su casa de ir a salvar vidas, de atender lo mejor posible a sus pacientes. Es levantarse, arreglarse e ir pensando cómo estará ese paciente que dejé ayer. ¿Cómo habrá amanecido?”, contó Holmes Algarín, internista, médico intensivista y el coordinador de todas las Unidades de Cuidados Intensivos de la IPS Mi Red.

“Hay una cosa característica y es que duran más de lo normal en las UCI y eso genera una curiosidad de cómo va el paciente. Siempre esa pregunta la tenemos ahí”, añadió en su oficina, ubicada a un par de metros de la zona más crítica donde permanecen los infectados por Covid-19.

La muerte acecha

Viernes 19 de junio. El pico más alto de la pandemia de la ciudad. Al inicio de la entrevista un lamento, un quejido de intenso dolor que parecía salir de lo más profundo de las entrañas, terminó en un llanto ahogado que salía a pocos metros de la fría sala de UCI del Centro de Atención Médico Integral Oportuno (Camino) Universitario Adelita de Char.

“El escenario del médico es ese. Ni siquiera nuestros propios familiares saben cómo es un día a día: qué tiene que escuchar, qué tiene que ver, qué tiene que enfrentar y para ese tiene que tener una educación mental porque lamentablemente tenemos que dar malas noticias y eso es lo que no queremos”, relató Algarín, de 38 años de edad.

Minutos después, un cuerpo sin vida envuelto en una gruesa bolsa blanca era trasladado en camilla rápidamente por todo el pasillo que de la UCI conduce hasta la morgue del hospital.

“Estamos educados es para entregar vida, para salvar personas. No para dar malas noticias y entregar personas fallecidas pero en este momento nos toca ponernos esa coraza en el sentir y tratar de decir al familiar que entienda que hay una opción que no fue la que queríamos y que lamentablemente el paciente fallece”, agregó visiblemente tocado por el tema.

La familia, principal apoyo

En mis apuntes reposa que son las 10:08 de la mañana. Parecen hormigas trabajando, se mueven de un lado a otro: hablan conmigo, en sus ojos veo que sonríen a su paso mientras espero el momento para entrevistar y no ser la intrusa que llegó a invadir su espacio.

“Tenemos familia y para nosotros como médicos es como pasar de un área que tiene una cortina a otra: como en una fiesta donde estás bailando salsa y después pasas otra sala a bailar merengue”, explicó haciendo la comparación sobre cómo separar su vida profesional de la laboral.

Son horas entre un testimonio y otro. Mientras, en su oficina debajo de una biblioteca de teoría científica sobresalen novelas de Ernest Hemingway y literatura variada, pero también se destaca en un rincón la colección de música salsa, esa que el director de las UCI escucha cada mañana al salir de casa y dejar durmiendo a sus dos hijitos.

Han pasado tres horas. Todo transcurre en aparente calma en medio de ventiladores y camilla. No hay voces gritando. No veo miedo en sus ojos, solo decenas de personas trabajando que se mueven de un lado a otro en una carrera contrarreloj.

Acaba de pesar otro cadáver ante mí. Esta vez el paso de los camilleros es menos agitado, solo se me retuerce algo en la barriga al imaginar que quien va allí sumando las estadísticas puede ser un ser amado.

“Nosotros debemos tener la agudeza de llegar a la casa y cambiar ese ‘baile’ al llegar a casa. Llegar con la mejor actitud dispuestos a estar con los hijos y hablar con la esposa de otra cosa”, finalizó antes de partir a atender a varios pacientes que esperaban la ronda médica.

Ya ha pasado el mediodía y para entonces los médicos están doblando esfuerzos pues justo a esa hora llegó un nuevo lote de ventiladores que deben ser instalados cuánto antes. Me piden que me retire ante el riesgo que representa para mi vida estar allí. Lo que nadie sabía hasta entonces es que ya estaba contagiada sin saberlo.

Espere en la próxima entrega de los ángeles de la pandemia la historia de un médico que le canta vallenatos a sus pacientes moribundos y de los camilleros que trasladan a los pacientes en vida y a muchos otros en la muerte.

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