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Un altar callejero para honrar a los 5 policías asesinados en San José

Barranquilleros, dolidos por el ataque terrorista del ELN, llegan espontáneamente a orar y hasta a repudiar en silencio el atentado criminal.

El sábado, pasadas las 6:30 de la mañana, a Tico Montaño De la Hoz lo despertó en el barrio Alfonso López el estruendo de una explosión. Tras averiguar lo que había sucedido, angustiado bajó hasta San José a ver cómo estaban sus hermanos residentes cerca de la Subestación de la Policía que, en la carrera 21 B con calle 39, acababa de ser objeto del más mortífero atentado terrorista en la ciudad contra esta institución armada: 5 agentes murieron y 42 quedaron heridos.

Ayer, Montaño, conocido como el Pintor Inédito, un hombre que se describe “amante de la humanidad y la naturaleza”, regresó al sitio del sangriento ataque reivindicado por la guerrilla del ELN. En sus manos largas y flacas llevaba una flor de coral rojo que encontró en un jardín cualquiera y la colocó a un lado de las coronas de rosas blancas y rosadas que forman parte del altar fúnebre que la gente del común y vecinos de San José armaron para honrar la muerte de los agentes Yossimar Márquez Navarro, Anderson René Cano Arteta, Freddys de Jesús Echeverría Orozco, Freddy López Gutiérrez y Yamid José Rada Muñoz.

En medio de una veintena de personas desconocidas, que también llegaban espontáneamente a orar, Tico Montaño, de 63 años, lloraba sin consuelo:

“He venido aquí con el dolor de mi alma porque estos agentes también son hermanos de nosotros”, dice. “Espero -agrega en medio de su llanto- que esto no vuelva a pasar más nunca aquí en Barranquilla ni en el mundo”.

Junto a él, Yeiman Borja, un joven soldador acompañado de su esposa y su hijo de 6 años, también clamaba por la “tranquilidad de Barranquilla y toda Colombia”; mientras que Humberto Villa, quien acababa de llegar en su moto desde la Ciudadela 20 de Julio, les pedía a todos los presentes, aun sin conocerlos, que le permitieran hacer una oración. De inmediato, todos se tomaron de las manos:

“Ayúdanos a ser fuerte, Señor. Ninguno de estas personas eran familiar mío, Señor, pero me ha dolido en el alma todo lo que ha pasado”, oraba.

Durante todo el domingo, la pequeña Plaza de los Mártires de San José, como comienzan a llamar el sitio del brutal ataque guerrillero, fue visitada por cientos de familias; por ella pasaron padres y madres, novios, abuelos con sus nietos, grupos hermanos y simples amigos. En medio de la tristeza, llegaron a expresar, incluso en silencio, su rechazo a lo sucedido.

“Esto es muy triste y uno no tiene palabras para describir todo esto que ha pasado. Solamente Dios es el único que tiene que tomar el control de todo esto”, musitaba en medio de sollozos Ana Cecilia Casap. Ella sufría por partida doble la tragedia: lo hacía como vecina de San José y madre de 2 agentes de la Policía que hoy, más que nunca, encomienda a Dios.

Sin importar el sol del mediodía, la mujer permanecía de pie junto a su hija Gina Gutiérrez, quien, de negro, se encargaba de mantener encendidas las velas de los 34 farolitos del 8 de Diciembre que la comunidad sacó de sus patios y comenzó a usar para iluminar el altar fúnebre donde, además de los nombres de los 5 policías asesinados, pintaron las figuras de los 2 perros callejeros, entre ellos Negro, que también murieron en el atentado.

De la pequeña plaza fueron recogidos todos los escombros y vidrios destrozados por la onda explosiva, pero los vecinos preservaron en el altar varios elementos manchados de sangre para recordar a los uniformados asesinados. Allí se observan 2 gorras, 23 insignias de tela y una bota destrozada.

No obstante la limpieza, en la placita siguen visibles las cicatrices del terrorismo. Están representadas por cientos de pequeños huecos que en dos paredes y los troncos de 2 palos de Mango fueron abiertos por miles de mortales balines, clavos y otras partículas metálicas con las que los terroristas cargaron el par de poderosas bombas que dejaron abandonas debajo de 2 sillas de cemento. Estos artefactos fueron detonados a control remoto, de acuerdo con la Fiscalía y la Policía, por Camilo Bellón Galindo, 31 años, nacido en Bogotá, capturado y presentado ante un juez para que responda por homicidio agravado, tentativa de homicidio, terrorismo agravado y uso de explosivos.

Las otras cicatrices que también seguirán abiertas por muchos años están en el alma de los barranquilleros, que no perdonan ni entienden que el ELN haya traído hasta acá su destrucción y su muerte, pese a decir que quieren la paz.

@JoseGranadosF

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