«No te puedes imaginar el dinero que me pagan. Va con mi salario. Si no quisiera esta presión, dimitiría, me iría a casa y no tendría este peso en mis hombros. Todos los entrenadores lo tienen”. Pep Guardiola dejó esta suculenta frase a Sky Sports antes del Liverpool-Manchester City.
La presión no se rebajó después del partido. De hecho, se hizo mayor. Los ‘reds’ pasaron por encima de los ‘blues’. Ganaron por 2-0 en Anfield. Pudieron ser por bastantes más. Y la crisis se agranda. Siete encuentros seguidos lleva ya el técnico catalán sin saborear el triunfo. Seis derrotas y un empate. Y la Premier, a vista de telescopio. Once puntos le saca el Liverpool al City, ahora quinto en la clasificación.
Nunca ha vivido una situación así Guardiola en sus 17 temporadas como entrenador. Solo ha caminado entre elogios, reconocimientos y títulos. Y, de repente, en Anfield le corean aquello de que «mañana serás despedido», un cántico popular entre todas las aficiones en Inglaterra. Su reacción la habría firmado Mourinho. Con sonrisa irónica (el portugués lo habría hecho con cara de perro mordedor), mostró seis dedos a la grada, los seis títulos de Premier que lleva ganados. Desafiante ante la adversidad.
Pero la cuestión es que no acaba Guardiola de cambiarle el aspecto de boxeador de pesos pesados entrado en el declive de los años que ofrece ahora mismo el Manchester City. Se defiende con piernas pesadas, ataca con lentitud y gestiona los partidos con inseguridad. Al otro lado, el Liverpool juega con arrogancia juvenil. Es un equipo trepidante, dinámico, el más en forma de Europa. Líder en la Premier y también en la Champions, la formación del holandés Arnie Slot es temible como ningún otro.
Guardiola buscó una vacuna a la mala dinámica sacudiendo a fondo la alineación, del portero hacia arriba. Stefan Ortega sustituyó a Ederson en la portería. Bernardo Silva adoptó el rol de Rodri en el centro de la Tierra. Un solo delantero puro, Haaland. Foden, de segunda punta. Y el centrocampista portugués Nunes, colocado de extremo izquierdo. Grealish, Doku y Savinho, en el banquillo. Muy raro. Un City sin extremos, irreconocible, sin la personalidad acostumbrada.
El Liverpool salió a devorar a un City asustado. Lo arrolló desde el principio. Un tsunami de rojo se abalanzó sobre los jugadores ‘blues’. Una ocasión tras otra. Impidió el gol un poste, o piernas interpuestas, o paradas de Stefan Ortega. Si Guardiola se rasgó la calva y la nariz en la Champions ante el Feyenoord, toda la afición ‘blue’ se debía arrancar los pelos ante la exhibición de los ‘reds’. La aplastante superioridad se manifestó con el gol de Gapko a pase de Salah en el minuto 12.
Los malos pases en zonas delicadas acabaron mortificando al City. Un daño autoinfligido constante que aprovechó de nuevo el colombiano Luis Díaz para encarar a Ortega, que cometió un penalti incontestable. Salah, esta vez, no falló. Y el City perdió ya todo el color. Hay una crisis en mayúsculas en el Etihad. Guardiola necesita pensar más, aún más. «Aceptamos la situación actual y nos construiremos desde ese punto», prometió el entrenador catalán.
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