El partido terminó y el resultado fue adverso. El público que vino desde otras regiones del país y que es el que accede mayoritariamente a nuestro estadio abandonó muy seguramente ya la ciudad.
Frente al compromiso que se viene a pocas horas y el estado anímico que debe reinar al interior del equipo, es la hora del protagonismo de Barranquilla y los barranquilleros.
Este es el más importante momento para demostrar porque somos llamados «la casa de la selección». No es tiempo de recriminaciones ni de lamentaciones sino de constituirnos en ese jugador número 12 que antes del viaje a Lima impulse y ayude a levantar al equipo.
Es el monento de los barranquilleros del común y de los organizados en las barras de Junior. En las horas que quedan vamos a rodear al equipo, vamos a inyectar optimismo y alegría a los jugadores. Vamos a hacerlos sentir grandes para que de Barranquilla salgan como gigantes en búsqueda de la gloria aún posible.
Es hora de «contagiar» a los nuestros de optimismo y de certezas en sus capacidades y sus posibilidades.
Nos correspondió como ciudad la más difícil de las misiones. Aquella en la que simbólicamente le demostremos a los jugadores que es posible; que si se puede pasar la página para afrontar lo que nos queda con espíritu renovado; que aún es posible ir -como nos ha enseñado Junior tantas veces- «de la tristeza y la desesperanza a la gloria».
Que sea tan grande nuestro respaldo, que todo el país deba reconocer para siempre que cuando todos abandonaron la ciudad y muchos dejaron de creer, Barranquilla estuvo ahí y apoyó y creyó como nunca y, más que nunca, fue decisiva en la clasificación.
La invitación es a que cuando el bus salga y el avión despegue, los jugadores se sientan en medio de un inimaginable mar humano de optimismo y alegría que los espera clasificados. Si se puede! Aún se puede!
