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Los ángeles de la pandemia (II)

 

Ha pasado una semana después de mi hospitalización. Mis pulmones aún no se recuperan totalmente y el miedo y la culpa por haber contagiado a otros me pasa factura.

Voy recuperándome y también pienso en esos pacientes que compartían la zona de aislamiento conmigo: en el par de ancianos que a pocos metros de mi cama lanzaban gritos desgarradores cada vez que tomaban una bocanada de aire y su agonía en cada intento por respirar.

10 de julio. Mientras esos sonidos me siguen persiguiendo durante noches enteras, para otros que se debatían aún entre la vida y la muerte por el Coronavirus, era la música la que les daba tranquilidad en la batalla gracias a Pedro Domínguez. No es un cantante: tiene 26 años y es médico del Camino Adelita de Char.

Su voz es la que retumba por toda el área de la Unidad de Cuidados Intensivos con melodías que lleva a pacientes conectados a ventiladores y con el perturbador pito de los monitores.

“Trato de siempre darles lo mejor de mí. La idea de cantar surgió porque vi que se sentían solos debido a que no pueden estar con sus familiares ni más nadie. El estar encerrados eso les traía una tristeza más”, cuenta el joven galeno.

El repertorio de las canciones elegidas va desde el vallenato hasta alabanzas cristianas, no importa si se escucha desafinado, el mensaje les llega al alma.

“Yo vi que era un terapia, que era algo bueno cantarles y lo acogieron bien. Varios me expresaban que les siguiera cantando. La música es un papel importante en la vida de cualquier persona”, agregó emocionado.

Y aunque pone todos sus esfuerzos médicos y musicales para ver mejoría en sus pacientes, también siente el rigor de las distancias que ha dejado la pandemia a su paso al no poder visitar desde hace varios meses a su familia en Cartagena.

“Mis compañeros me apoyan en todo, siempre me dicen que cante. Cantar no es lo mí pero en todo este tiempo me ha gustado hacerlo para que los pacientes se sientan felices y eso representa para mí un sentimiento muy grande”, puntualizó.

Un valiente Ángel

Siguen corriendo las semanas. Ya es 31 de agosto de 2020 y han pasado 160 días del aislamiento preventivo obligatorio en Colombia.

Ahora son las 3:42 de la madrugada y faltan todavía varias horas para que Ángel Ascanio, otro de los valientes ángeles de la pandemia en Barranquilla termine su turno y pueda regresar a casa en el barrio Los Laureles, dialogamos esta vez en una tranquila sala de observación.

“Nunca pensamos que íbamos a vivir esta pandemia, he visto la cara de compañeros como enfermeras, vigilantes y orientadores caer y a otros salir victoriosos. Es muy difícil y a veces no quería venir al trabajo porque sabía lo que me tocaba. Es iompresionante ver a tantas personas luchando por su vida”, recuerda vestido de impecable blanco.

Ángel es uno de los 50 auxiliares clínicos, más conocidos como camilleros que trabaja en los hospitales públicos del Distrito. Con los ojos enrojecidos y la voz quebrada me cuenta cómo en un turno de hasta 24 horas tuvo que él solo llevar hasta la morgue a 14 fallecidos por Covid 19.

“Tuve un turno que saqué 14 pacientes fallecidos a la morgue. Partí, me sentí destrozado y tuve que hablar al día siguiente con la sicóloga que me dio ánimo. No quería ni llegar a la casa ni hacer el protocolo de desinfección, solo quería acostarme sucio, contaminado… Pero estamos aquí adelante y somos la primera línea de defensa”, relató convencido de que todo estará mejor.

Al escucharlo queda en evidencia que quien habla es un hombre de fe. Mientras traslada en una silla de ruedas a un paciente me relata además como cada día, al salir de casa aferra su vida en oración a la Virgen de Santa Marta, de la cual es devoto.

“Mi función es hacer el traslado bien hecho del paciente, que no se lastime, que esté bien y relaje. Darles palabras de aliento y hablarles de Dios: que recen mucho y oren mucho”, contó en la tranquila madrugada lunes.

Y es que es esa fe la que además le ha permitido no contagiarse y resultar negativo en cada prueba que le practican muy a pesar de estar en contacto directo con vivos y muertos infectados.

“Yo tengo un altarcito donde está la Virgen de Santa Marta, de Guadalupe y el Señor de Los Milagros, todos los días le prendo una vela y le pido con mucha fe que así como salga de mi casa, regrese sano y salvo”, dijo.

Ya casi amanece, terminamos nuestra entrevista pero antes Ángel me recuerda que tiene una gran promesa que cumplir: ofrecerle una misa de acción de gracias a la Santa que lo ha protegido. Solo en los hospitales de la red pública a la fecha han fallecido tres miembros del cuerpo médico, también víctimas del Coronavirus.

“Soy un ser humano y la verdad cuando sacaba los cadáveres de los compañeros y me tocaba ‘embalarlos’ les daba la bendición y le pedía a Dios por ellos”, finalizó visiblemente afectado.

Espere en la próxima entrega de ‘Los ángeles de la pandemia’, la historia de una aguerrida mujer, que ha jugado un papel decisivo en toda crisis sanitaria, y de quienes lograron convertir al Distrito en un referente al lograr que más de 50 madres gestantes contagiadas con alto riesgo pudieran avanzar así como muchas otras que dieron vida en medio de tantas muertes que ha arrebatado el virus.

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